viernes, 20 de marzo de 2009

Entrevista con Borges

En esta entrevista Borges se muestra encantador, con una modestia que casi parece genuina. Digo casi porque a esos niveles da lo mismo aceptar un halago que no; por ejemplo, me parece que considerar seriamente la sugerencia de que él es el mejor escritor del momento sería abaratarla: lo que importa no es que la verdad de tal sugerencia sea incontrovertible o no, sino que haya muchos que la consideren cierta. Borges puede contradecirlos amablemente, pero eso es más bien una delicadeza para evadir juguetonamente la autoindulgencia y la vanidad. En ese sentido (como él sugirió de Cervantes y lo espanhol, y de otros grandes y su correspondiente "espíritu nacional"), él es el menos argentino de los escritores.

domingo, 11 de enero de 2009

Mitología

De la religión no sé nada, al menos en su favor.

Lord Byron


Todos se inclinan a creer en las posibilidades de lo que codician, desde las de su boleto de lotería hasta las de su pasaporte al paraíso.

Lord Byron


A ningún profeta le reditúa ser demasiado específico.

L. Sprague de Camp


“Mitología”, así llamamos a la religión de alguien más.

Joseph Campbell


¿No es el matar a la gente en nombre de dios una muy buena definición de enfermedad mental?

Arthur C. Clarke


Los dioses son una cosa frágil, que se desbaratan con un soplo de ciencia o con una dosis de sentido común.

Chapman Cohen


Hay obiamente una diferencia de importancia entre un establishment (i.e. ciencia) que es abierto ... y uno que tiene a quien cuestiona sus credenciales como un corazón malicioso –tal como el Cardenal Newman sostiene de aquellos que cuestionan la infalibilidad de la Biblia. La ciencia racional trata las bases de su crédito como presentable a demanda, mientras que el autoritarismo irracional mira a la demanda de la rendición de cuentas como la deslealtad de una falta de fe.

Morris Cohen


Si la religión no puede contener al mal, no puede afirmar ser un poder efectivo para la bondad.

Morris Cohen

lunes, 10 de noviembre de 2008

El mejor de los enemigos. Cuento publicado en Ubikverso

El mejor de los enemigos

Marco Ángel

Es sólo la entropía. Cuando funcionaba, la academia enseñó que todo sistema tiende al equilibrio eterno. Ahora nuestro imperio se somete a esa ley. Sin embargo, parecía que nosotros podríamos evitar la degradación por milenios.
Yo no sé si los silak son el poder armado del destino —como gustan decir los sacerdotes, pero hacen cumplir para nuestra sociedad la profecía que todo organismo tiene escrita desde el origen: la de su propia muerte. Otrora invencibles, hoy peleamos en retirada, casi por inercia y con la moral quebrada. Pero la desesperación hace más dura la defensa; tanto para el que resiste como para el que ataca: para nosotros porque luchamos en la angustia, para ellos porque tienen que enfrentar un valor a veces suicida. Ni eso ni nada cambiará los hechos; ellos son mejores que nosotros: sus naves, sus tácticas, su paciencia. A pesar de todo, puedo decir con orgullo que por más de 40 años fuimos un oponente digno; hasta que el equilibrio se quebró y luego nuestro imperio, y luego la esperanza.
Una vez vi a un silak. Su nave se había estrellado en un ataque a una base y por alguna razón el mecanismo de autodestrucción no se activó. Los soldados lo sacaron a rastras con una cadena. Él no articuló sonido mientras los hombres lo golpeaban y escupían; su actitud parecía mostrar dignidad (aunque nunca se sabe qué es lo que esos seres quieren mostrar). Lo ataron a las orugas de una nave de tierra y soltaron a los perros; el silak trató de defenderse en vano. Cuando los perros ya lo estaban mutilando, los soldados pararon la carnicería para fingir un juicio sumario y luego matarlo a patadas. Cosas como esa le suelen pasar a los prisioneros y no se puede cambiar la situación; cuando los guerreros están largas temporadas en el espacio no es recomendable imponer restricciones o acabarían comiéndose entre ellos.
Esta ferocidad y la disciplina sirvieron a la grandeza del imperio. Dondequiera se aceptaban nuestras condiciones para el intercambio, so pena de arreglar desacuerdos con nuestra flota (en ese entonces «¡la más poderosa del universo!»). Los pactos siempre eran una prórroga, de alguna u otra manera todos acababan viéndoselas con nuestra armada. Las razones nunca fueron importantes; los historiadores afirmaban que el motivo era económico; los oficiales sabemos que nada podía contener el ánimo de nuestro ejército. Esa era la clave de nuestra invencibilidad… cuando éramos invencibles. Pero entonces se nos atravesaron los silak.
Los primeros contactos fueron extraños y esporádicos. Casi puede decirse que no supimos cómo aparecieron, de dónde venían, cómo eran exactamente. Primero intentamos granjearnos su confianza, saber cómo pensaban, qué poseían, cómo podrían defenderlo. Calculamos que sin problemas podríamos ganar en unos treinta años.
Pasaron los treinta años y estábamos tablas; las fuerzas parecían trabadas e iguales. Pero la armonía tensa de combates frecuentes se rompió en el año treinta y nueve cuando, de un espléndido golpe de mano, rompimos su línea con casi toda nuestra armada. Cientos de bastiones cayeron en nuestras manos. Los medios celebraban que nuestros chicos habían puesto al monstruo de rodillas. En los consejos se explicaba que eliminar al mayor de nuestros enemigos requeriría sólo tiempo y sangre fría. Todo era cierto. Eso fue lo que nos perdió.

La academia enseñaba que el que desespera suele romper las reglas. Nosotros demostrábamos el fenómeno: llevábamos a las civilizaciones inferiores al límite; les hacíamos patente su derrota, jugábamos con su angustia, contrariábamos sus esperanzas y actuábamos sin remordimientos, una vez que ellos violaban los pactos. Después de las victorias decisivas el guión era el mismo: requeríamos una capitulación inaceptable, luego enfrentábamos una defensa encarnizada y, ulteriormente, esa tozudez justificaba el incremento de las demandas o la negativa a toda negociación. El arte es lograr la solución éticamente: con la limpieza de quien extirpa una hernia y no una especie.
Sorprendentemente, los silak lucharon apegados a tratados previos. No sirvió provocación alguna; sólo parecían esperar un cambio; como si fuéramos a ofrecerles una paz que perdieron para siempre cuando empezamos a ganar la guerra. «Morirán como caballeros» reconocían algunos, y en los bares se oían brindis por «la gentileza en extinción» entre risotadas de borrachos.
El alto mando apuntó: «el vencedor absoluto no sufre recriminaciones». Las órdenes fueron precisas. Masacramos civiles y potencias neutrales que los hubieran apoyado. Cortamos comunicación y derribamos sus naves de contacto diplomático. Después de la guerra ya habría lugar para arrepentimientos. Nuestros científicos tendrían tiempo escribir una historia objetiva y, como parece agradarles, echarnos en cara nuestras astucias.
Cuando cayó el último bastión, la euforia se desató. Las fábricas pararon, la gente salió a bailar a las calles, los desconocidos se abrazaban, los parques se volvieron espacios de fiesta. También hubo desmanes y la disciplina se relajó unos días. Pero habíamos ganado, no importaba nada más. Les habíamos ganado y no importaba cómo. Simplemente habíamos ganado…
Pero sí importó.

Todavía celebrábamos la victoria cuando llegaron los primeros comunicados. En un principio no entendimos nada; nosotros sabíamos que los habíamos hecho pedazos, que era cosa de tiempo añadirnos sus fronteras. Así lo creímos por una semana bendita, la última de felicidad e ilusión que recordaremos. Mas nuestras patrullas hablaban de naves silak en un número difícil de creer, incluso para quienes vimos a la flota imperial el primer día de nuestra desafortunada gloria.
Ahora lo sabemos con certeza: en la vastedad del dominio silak, nosotros iniciamos una riña contra una colonia de una orilla austral, una Siberia extraterrestre para convictos y condenados. Les hicimos el doble favor de eliminar a sus indeseables y de justificar nuestra propia extinción. Cumplimos el papel de la víctima en un juego en el que creíamos ser diestros. Reconozco sin rencor que obrando mal ellos son muy buenos; mejores que nosotros.
En la segunda guerra (o segunda etapa de nuestra eliminación, según la perspectiva silak), el imperio silak convirtió la ex-colonia en campo de entrenamiento. De un día para otro las batallas fueron realizadas de acuerdo a su agenda. Y, como era de esperarse, no contestaron —ni contestarán— ninguna señal.

Hemos abandonado mundos, detonándolos para que no caigan en sus manos. No parece importarles: un sector desierto no será un precio muy alto por nuestra extinción. Las caravanas que organizamos para huir fueron interceptadas una a una, hasta que renunciamos a invertir recursos en construir Arcas de Noé. Nuestro diluvio es ahora y no hay manera de escapar a su constancia minuciosa.
Todavía continúan regresándonos a los prisioneros después de curarlos y alimentarlos. Es casi un gesto de desprecio. Los primeros envíos fueron rechazados por algún comandante, pero ése es un desplante que ya no se permite bajo pena de corte marcial. Ahora cada soldado regresado es repuesto al combate como si hubiera tenido un descanso inmerecido.
Al cabo todo pasará como planeamos: unos son los que van a morir y otros saludarán sus restos. Quizás algún día se hablará de la belleza y la complejidad de una civilización extraña y algún antropólogo dedicará su vida al pasatiempo esnob de alabar lo que se destruye.

Publicado en Ubikverso:
http://ubikverso.avcff.org/ubikverso003/ubikverso003.pdf

martes, 21 de octubre de 2008

ConfesiOn magisterial

Transcribo unas líneas de Hector Abad que valen como materia de reflexiOn para la mayoría de los que imparten y hemos impartido clases:

"Qué gran cantidad de equivocaciones las que cometemos los que hemos pretendido ensenhar sin haber alcanzado todavía la madurez del espíritu y la tranquilidad de juicio que las expereinceias y los mayores conocimientos van dando al final de la vida. El mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría sola tampoco basta. Son necesarios conocimiento, la sabiduría y la bondad para ensenhar a otros hombres. Lo que deberíamos hacer los que fuimos alfuna vez maestros sin antes ser sabios, es pedirles humildemente perdOn a nuestros discípulos por el mal que les hicimos."

martes, 14 de octubre de 2008

Y la corrupción cuándo?

Desde este exilio es triste y atemorizante leer los periódicos de México. El país parece producir sólo noticias de nota roja. En estas épocas de “colombianización” (como se ha motejado, con grosería para el país hermano, a nuestra crisis de inseguridad) uno abre las páginas y no sólo lee sobre los estropicios y los muertos causados por la delincuencia, sino que –y esto es peor- se entera de que esa delincuencia está integrada demasiado frecuentemente por grupos de policías y ex-policías.
Ante este panorama, los políticos se rasgan las vestiduras vociferando discursos de saneamiento de las fuerzas de seguridad y uno reconoce al truco al que tales políticos nos tienen acostumbrados: apresurarse escandalizados a apuntar a otros pecadores - pero y sus propios pecados, !cuándo?
Es triste pero por desgracia no es extraño que el discurso de cualquiera de los que en México se dedican a la política no haga énfasis del saneamiento de la política. ¿Por qué ninguno de ellos pide reformar la constitución para castigar la corrupción institucional? ¿Por qué la corrupción no se vuelve un tema de debate fundamental, prioritario, de la vida nacional?
¿Cómo vamos a resolver el caótico panorama nacional, si cuando se puede arreglar un caso no se cambian las condiciones estructurales que lo permitieron? Como vamos a impedir que más dirigentes nacionales sigan robando, extorsionando, corrompiendo, parasitando, envileciendo al país, si cuando se les descubre una fechoría, no existe una ley estrictísima para castigarla y no queda más que esperanzarse que la ética y el juicio de la Historia (con mayúscula) hagan una justicia que en términos prácticos a los hombres y mujeres que sufrimos lor perjuicios no nos servirán para nada. Como ya sé que debo dar ejemplos, para ayudar al entendimiento de estas líneas elijo dos que me vienen ahora a la mente incluso contra mi voluntad, pues en realidad son tantos que por mecanismo de defensa, la memoria tiende a olvidarlos lo más pronto posible: a un líder sindical se le prueba malversación de fondos y se le permite que haciendo recurso de una mentira más, su mala acción quede sin castigo (obviamente pienso en Elba Esther Gordillo); a un dirigente de partido, el niño verde, se le graba violando las leyes y no se puede castigar su proceder porque por medio de una declaración pública declara que a pesar de todas las apariencias su intención era buena)…
Esta bien combatir la delincuencia vulgar, aplicando la ley con toda su fuerza, pero ?no sería mucho más lógico empezar desde los niveles superiores, los fundamentales? ?Qué eficacia puede tener el combate particular contra unos cuantos rufianes de a pie, si esos que carcomen la limpieza y la claridad de la vida nacional en un nivel que nos afecta a todos siguen gozando de impunidad.

p.d.
Ahora que se me acaba el tiempo de esta sesión, y sólo como nota mnemotécnica para mí mismo, debo decir que quería decir algo sobre los maestros, yo que por muchos años he sido uno de ellos y que añoro volver a serlo. Quisiera hablar del magisterio desde adentro…

martes, 7 de octubre de 2008

Un método de trabajo

Anthony Burgess (1917-1993) describía en estos términos su método escritural:

"Comienzo por el principio, continúo hasta el fin y entonces paro."

Dante y las gaviotas del otonho

Dante y las gaviotas del otonho