jueves, 24 de julio de 2008

Los primeros días de inmersión total

28 de Septiembre de 2004


Una vez leí una historia de ciencia ficción en la que un científico era contratado por una civilización extraterrestre, para ayudar a cuidar animales transportados en una de sus naves desde nuestro planeta hasta el suyo. Al regresar se encontraba conque se le había despedido de su trabajo por considerársele un posible traidor. En su exceso de tiempo libre escribió un libro para contar la experiencia de su viaje, hecho que le convertiría en el hazmerreír de la galaxia (por su primitiva y rudimentariamente hilarante interpretación de la tecnología alienígena) y en la mayor vergüenza publica de la Tierra en su -en ese momento- recién iniciada historia de relaciones interplanetarias.

La historia guarda una similitud con la relación de un área geográfica como la nuestra y uno de los países europeos como Inglaterra –supongo que la situación debe ser la misma con respecto a Francia y Alemania. Vistos desde la perspectiva de los prejuicios de gente que no viaja, como puede asegurarse de la mayoría de los mexicanos, los europeos son como alienígenas que seguramente se reirían no solo de la versión que tenemos de ellos, sino –sobre todo- de la que popularmente se tiene de nosotros mismos. Decir que los humanos son muy similares los unos a los otros en cualquier latitud o afirmar lo contrario no dejan de ser generalizaciones que, por supuesto, tienen elementos de verdad, pero que hilando fino son siempre inexactas. Lo cierto es que la mayoría de nosotros somos como el científico del cuento: en cuanto que nuestra curiosidad nos aventura a interpretar, caemos en deformaciones de perspectiva; por otro lado, en cuanto, que no nos interesa saber de los otros, nos convertimos en autistas.

En algún otro sentido, lo que nos convierte en alienígenas a los unos para los otros es obviamente el desconocimiento y la mala información. Elementos que, propiamente, constituyen la medula de los estereotipos y los prejuicios con que solemos pensar a los demás evitándonos la fatiga de conocerlos y negándonos la ventaja de reflejar nuestra complejidad. Ciertamente los viajes ilustran, pero si no hay dinero para viajar, se vuelven inalcanzables; y si lo hay en demasiada, con suma frecuencia suelen degenerar en turismo de restaurante y foto junto a templos y catedrales. Lo medular de la cultura ajena no se abre paseando entre sus monumentos arquitectónicos: si la gente que los ha levantado esta ahí y se vuelve accesible, se nos permite una posibilidad más, pero no por eso se tiene una perspectiva completa del asunto, por fortuna. Obviamente están los libros, la música, la comida, etc., pero todo eso de cualquier manera nunca será definitivo, aunque se pueda decir que se aleja de la parcialidad y el reduccionismo; sin embargo, es una manera de completar el espejo con el que podemos contemplarnos a nosotros mismos como seres humanos. Quizás estoy siendo demasiado ingenuo, pero creo que –sin afirmar que es estrictamente indispensable moverse físicamente más allá de nuestras fronteras- quien sólo quiere conocer bien su cultura, no conoce ninguna (nada) en realidad.
No quiero ir muy lejos con mis tres días de inmersión total, así que debo decir que todo esto es refutable o corregible, pero las impresiones deben decirse como vienen para no dejar de ser lo que son.

Les beso a todos.

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